Manuela
se sentía impotente encerrada en aquel maloliente taxi perennemente atascado. El tráfico en la ciudad
estaba colapsado, decenas de cláxones sonaban al unísono aumentado su ya de por
sí terrible jaqueca, y por si fuera poco, llegaba tarde a su entrevista de
trabajo. Sin pensarlo demasiado, abrió la puerta del coche y atravesó a la
carrera la calzada en dirección a la acera al mismo tiempo que se oía gritar a lo lejos al irritado taxista exigiendo el
pago de la carrera. A Manuela no le
importó lo más mínimo, ya que además del olor a tabaco del vehículo, se le unía
la certeza que el taxista había conducido hasta sumergirse a propósito en el caos
circulatorio. Aliviada al sentir el aire fresco golpeando su cara mientras
corría por la calle, se junto la necesidad de buscar un medio de transporte
fiable con el que llegar a tiempo a su entrevista. - ¡ El metro ¡ –pensó- , así
que se dirigió a la parada más cercana mientras empezaba a mojarse con la lluvia ácida que había hecho acto de
aparición. Cuando se disponía a bajar los escalones de dos en dos, el tacón de
su zapato no aguantó más y se partió. Manuela, sin contemplaciones, se descalzó
y continuó su estresante carrera chocando tantas veces como disculpas iba dando
sobre la marcha. Llegó agotada a los tornos de entrada, y una vez allí, se dio
cuenta que no llevaba dinero. No podía perder más tiempo, así que saltó por
encima y continuó su alocada carrera perseguida por el vigilante.
Jadeando,
Manuela se paró en medio de un vestíbulo del que partían cuatro pasillos con
carteles que no conseguía descifrar. Mientras intentaba recordar cuál era el
metro que debía tomar para llegar a la cita laboral, de repente, un ruido ensordecedor como el de
una explosión inundó todo a su alrededor sembrando de pánico y perplejidad el
rostro de los viajeros. Destrozando una de las paredes y parte del techo
irrumpió en la estancia una gigantesca tuneladora girando su enorme rueda
metálica y abriéndose paso a través de la tierra como una lombriz. Manuela, sin
dudarlo un instante, corrió entre la polvareda y los cascotes que cubrían el
suelo y de un tremendo saltó subió a
lomos de ésta con el brazo en alto gritando:
- ¡ Tutti avanti !
Y
consiguió llegar a tiempo.
Javier Ubach.