jueves, 31 de diciembre de 2015

Manuela y la tuneladora


 
 
Manuela se sentía impotente encerrada en aquel maloliente taxi   perennemente atascado. El tráfico en la ciudad estaba colapsado, decenas de cláxones sonaban al unísono aumentado su ya de por sí terrible jaqueca, y por si fuera poco, llegaba tarde a su entrevista de trabajo. Sin pensarlo demasiado, abrió la puerta del coche y atravesó a la carrera la calzada en dirección a la acera al mismo tiempo que se oía gritar  a lo lejos al irritado taxista exigiendo el pago de la carrera. A  Manuela no le importó lo más mínimo, ya que además del olor a tabaco del vehículo, se le unía la certeza que el taxista había conducido  hasta sumergirse a propósito en el caos circulatorio. Aliviada al sentir el aire fresco golpeando su cara mientras corría por la calle, se junto la necesidad de buscar un medio de transporte fiable con el que llegar a tiempo a su entrevista. - ¡ El metro ¡ –pensó- , así que se dirigió a la parada más cercana mientras empezaba a mojarse con la  lluvia ácida que había hecho acto de aparición. Cuando se disponía a bajar los escalones de dos en dos, el tacón de su zapato no aguantó más y se partió. Manuela, sin contemplaciones, se descalzó y continuó su estresante carrera chocando tantas veces como disculpas iba dando sobre la marcha. Llegó agotada a los tornos de entrada, y una vez allí, se dio cuenta que no llevaba dinero. No podía perder más tiempo, así que saltó por encima y continuó su alocada carrera perseguida por el vigilante.
Jadeando, Manuela se paró en medio de un vestíbulo del que partían cuatro pasillos con carteles que no conseguía descifrar. Mientras intentaba recordar cuál era el metro que debía tomar para llegar a la cita laboral,  de repente, un ruido ensordecedor como el de una explosión inundó todo a su alrededor sembrando de pánico y perplejidad el rostro de los viajeros. Destrozando una de las paredes y parte del techo irrumpió en la estancia una gigantesca tuneladora girando su enorme rueda metálica y abriéndose paso a través de la tierra como una lombriz. Manuela, sin dudarlo un instante, corrió entre la polvareda y los cascotes que cubrían el suelo y de un tremendo saltó  subió a lomos de ésta con el brazo en alto gritando:  - ¡ Tutti avanti !
Y consiguió llegar a tiempo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Javier Ubach.

Ensoñaciones con De Niro


 


 

Su pasión por Robert De Niro le acompañó desde la infancia, de hecho se conocía al dedillo su filmografía y sus personajes   contagiándome con  su entusiasmo por el neoyorquino. Con frecuencia, Oscar  faltaba a clase y se sumergía en el hipnótico mundo de los videoclubs para seleccionar primero en “Beta” y después en “VHS”, las películas de su ídolo saboreándolas al amparo de su acogedor hogar lejos del temido instituto.  Recuerdo que una vez me comentó  que su padre había nacido el mismo año, 1943, que su idolatrado De Niro, si bien mientras al primero lo repudiaba por sus constantes ataques y menosprecios, al segundo lo admiraba.

La transformación de Oscar intentando imitar al camaleónico actor le llevó  hasta el extremo de practicar boxeo durante una temporada como si de Jake  La Motta en “Toro Salvaje” se tratase, eso sí saliendo malparado en bastantes más ocasiones que el rocoso púgil.  Después se dejó crecer el pelo y la  barba a lo Rodrigo Mendoza en “La Misión”  para  luego terminar aprendiendo italiano y hablar como Vito Corleone, cuestión  que provocaba la risa y perplejidad de todo aquel que se cruzaba en su camino. La música también formó parte de su amplio repertorio, aprendiendo a tocar  el saxo como  en “New York, New York”, y pese a no ser su punto fuerte, le sirvió para ganarse unas monedas tocando en el metro y disfrutar de algún que otro ligue fugaz.  En ocasiones le imaginaba  deambulando por las calles salpicadas de blues y jazz para luego terminar en la soledad de su cuarto frente al espejo y pronunciar la frase: “¿Me estás hablando a mí?”, emulando a su alter ego en “Taxi Driver”.

Tal era la metamorfosis de Oscar, que en nuestras citas aparecía vestido con trajes de corte gansteril o maquillado y caminando como la criatura de Frankenstein.  Su avanzado deterioro le llevó a visitar al dentista para destrozar su dentadura como la de  Max Cady  en  “El Cabo del Miedo”, amén de tatuar por completo su cuerpo  y leer la trilogía de Miller  “Sexus”, “Plexus” y “Nexus”.  Finalmente, humillado por los abucheos  del respetable en su esporádica incursión en los clubs de comedia, huyó a otra ciudad acosado por los prestamistas tras su fallido intento de éxito en los Casinos.

Con el paso del tiempo perdimos el contacto, hasta que un día le encontré a la salida del cine conversando animadamente con su padre. Tal fue mi sorpresa, que me alegré mucho al verle junto a su progenitor. Tenía buen aspecto y tras charlar unos minutos comprobé  que no interpretaba ningún nuevo personaje aderezado por su habitual histrionismo.  Nos despedimos, y mientras me alejaba miré hacia la cartelera;  ponían una peli de Robert De Niro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Javier Ubach.

 

Condenación




Las besa con suma conciencia para no equivocarse desde que tiempo atrás quedó postrado en su perenne trono. El imperativo  de besar a todas las mujeres bellas del reino provocó su maldición, siendo escenificada por los letales y delicados labios de una ninfa. Se sucedieron las estaciones y con ellas la esperanza de saborear de nuevo el castigo, ya que el objetivo de su búsqueda no era la venganza si no volver a disfrutar  lo vivido, lo que pudo ser, lo deseado…

Ahora sufre cada instante rogando que sea ella quien le bese por última vez;  así todo acabará con el eterno recuerdo.

Próxima estación, Academos








A León siempre le había gustado la arquitectura. De hecho, como todos los días, se dirigía en metro a su estudio donde  disfrutaba creando formas y diseños de estilo clásico. Sin embargo, la música nunca había formado parte de sus aficiones. Aquella mañana, cuando tomó asiento en uno de los vagones,  llegó a sus oídos el melancólico sonido de una flauta que le trasladó a un mundo pasado, un lugar  al cual siempre imaginó que pertenecía.

Tendré que felicitar al conductor por su exquisita elección, pensó. La megafonía anunció su parada y se dispuso a salir. Nada más abrirse las puertas, penetró en un hermoso jardín  envuelto  por la fragancia floral y el rumor del agua.  Embriagado por la bella imagen,  vio una resplandeciente ninfa acariciando el arpa. Y León se deleitaba…

Mireia







Sobre San Juan de Dios flotaba una paz y sosiego que nunca antes había sentido. Por los senderos de sus frondosos jardines y envolviendo los variados edificios de ladrillo rojo que componían el recinto, se podía respirar e incluso palpar la compasión y misericordia de la Orden Hospitalaria.

Fiel a mi cita, cada día me encaminaba por la vía principal hasta llegar al último edificio. Allí, junto a su cama, la acompañaba en su lenta e imparable agonía contemplando impotente como menguaba su existencia. Ella, en su más profundo interior, lo sabía, sin embargo se agarraba con las pocas fuerzas de que disponía a este maravilloso mundo que tan injustamente la había tratado. Quizá la inminente llegada de una nieta actuaba como un tenue y frágil sostén sobre el que el miedo a desaparecer empujaba sin piedad.

Mireia apareció una tarde acariciando su arpa y nos acompañó sembrando de calma y quietud la estancia. Su presencia apenas era perceptible, únicamente la dulce vibración de las cuerdas y su eterna sonrisa eran muestras de su altruista labor. Nos habituamos a que un ángel se deslizase entre nosotros hasta minutos antes de expirar.

Después todo se acabó… aunque Mireia aún sigue sobrevolando San Juan de Dios.

Máquinas ¿pensantes?





Van a ir a comprarse un vestido nuevo y un helado, pero al pasar  delante del escaparate se detienen. Valeria, apretando la mano de su padre, tira de él hasta  entrar en el local. Avanzan y entre la muchedumbre distinguen un robot fascinando con   sus piruetas a los presentes. Se  encuentran en una tienda de juguetes, en la cual los niños enloquecen guiando a sus diabólicas máquinas en duelos sanguinarios. “¡ Demonios !” pensó, qué fue del juego libre y armonioso sin violencia. Encaminándose hacia la salida Valeria ve una pecera, se aproximan  y contemplan su interior;  coloridos peces robot  surcan el agua mientras  un calamar naranja yace en el fondo.

Las siete esferas







Eran siete esferas que contenían todo el saber del Universo y las dudas y misterios sin resolver de la Humanidad. Siempre habían estado allí arriba, en el firmamento, sobrevolando nuestras cabezas sin que supiésemos de su existencia. Emitían un suave y delicado sonido en su leve balanceo produciendo una deliciosa sinfonía capaz de relajar al más excitado, aunque nosotros no podíamos captarlo.

En cientos de ocasiones a lo largo de la historia intentaron bajar y solucionar con su conocimiento nuestros problemas, pero horrorizados por la maldad y las guerras que dominaban el planeta, desistieron al ver peligrar su propia existencia. Y continúan esperando…

Mientras tanto un globo se desliza entre los dedos de una niña, y sube hacia las estrellas.