sábado, 16 de abril de 2016

Cenizo








"Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar y que el viento no las esparza contra tu cara, porque sería el último sitio donde desearía acabar", le dijo malhumorado. Tomás escuchaba con atención la última voluntad de su moribundo padre, aunque solo le interesaba heredar su fortuna. 
Días después, tras fallecer, acudió al notario anhelando recibir su herencia. Se quedó estupefacto cuando oyó que el dinero sería suyo, únicamente si las cenizas caían al mar. Así que Tomás, en presencia de los testigos, se aseguró del sentido del viento, agarró fuerte la urna y las lanzó al océano; lástima que en el último momento una ráfaga les cubriese de ceniza.


¡Maldita sea!







Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar, le dijo Sergio a Iván mientras daba otra calada a su pitillo. Los dos amigos tramaban historias con la que entretenerse durante el sopor de las tardes de verano. La última idea consistía en llenar botellas con la ceniza de sus cigarros simulando ser los restos de un difunto. Las acompañaban  de una nota donde explicaban la última voluntad del fallecido.
         A finales de Agosto, Sergio e Iván recogieron una botella idéntica  que les trajo la marea. Al destaparla leyeron su mensaje:
“¡Maldita sea, dejad de contaminar el mar!”




Una larga tradición







Acuérdate de lanzar mis cenizas al mar después de incinerarme, le dijo Cipri a Serafín mientras cavaban una fosa en el cementerio. Eran hermanos y herederos de una larga tradición  familiar de enterradores. Varias generaciones descansaban bajo tierra, ostentando además el récord de sepulturas dadas en la provincia. Serafín no podía permitir semejante osadía, y en plena discusión intentó dar un palazo a su hermano, con tan mala suerte que se cayó al hoyo y perdió el conocimiento. Así que a Cipri no le quedó más remedio que continuar con la tradición.

viernes, 8 de abril de 2016

La gran ola









El día que una ola salte más de lo convenido nos iremos todos al garete, se lamentaba el geólogo de la plataforma petrolífera.  Los trabajadores de la compañía (ingenieros, operarios, buzos…), llevaban semanas trabajando bajo unas condiciones terribles en medio del océano. Agotados e inmersos en una profunda depresión tras haberse producido un incendio, un ataque terrorista y un conato de rebelión, se preguntaban unos a otros: ¿qué más nos puede pasar?, ¿cuándo volveremos a casa?

Así que al día siguiente, un maremoto se encargó de devolverles a su hogar.



Playas lejanas





"El día que coja una ola inmensa puede que caiga al agua", pensaba mientras se disponía a introducirse en el mar. El surf era su pasión, recorriendo medio mundo en busca de las mejores olas. Aquella mañana el océano estaba encabritado y ningún surfista se atrevía a desafiar a Neptuno, pero a él le motivaban los retos imposibles. Embutido en su traje de neopreno y subido a su inseparable tabla, se deslizó sobre una ola gigantesca jamás vista.  Después, tras la espuma y la emoción, desapareció sin dejar rastro. Bueno, hay quien dice haberlo visto surfear en alguna lejana playa…

viernes, 1 de abril de 2016

Cuestión de faltas






“Escribe punto y seguido”, le espetó el Señor Equis al Señor Hache. Habían sido confinados en los calabozos de la Academia de la Lengua por sus malas prácticas lingüísticas y ahora, mientras aguardaban su comparecencia ante el consejo de académicos, preparaban su discurso de defensa basándose en la invasión de los barbarismos. Buena parte de su éxito consistía en la sobriedad de su oratoria, eso sí, sin tener faltas de ortografía que les condenarían irremisiblemente a perder su sillón en la Academia y a caer en el más absoluto ostracismo.

 Y así finalizó el discurso el Señor Hache: “señores académicos, emos concluido”.

El viaje de Celina



Montañas, Marzo, Tren, Db, Sbb, Hielo, Cordillera



“La melancolía de su destino”, leyó Celina durante su trayecto  en tren. Sentada enfrente se encontraba Amalia, que  atraída al ver a la anciana leyendo poesía, entabló conversación con ella. Las unía su pasión por la literatura; Amalia sentía devoción por Murakami, a Celina le embriagaba Cernuda. Tras compartir viajes y confidencias  surgió una profunda amistad, cicatrizando con el tiempo sus  pérdidas: una, la madre que se fue; la otra, la hija que no pudo ser.

Aquel día al subir al tren, supo que ella no volvería. Tras salir de la estación, se detuvo ante una escaparate; había un libro de Cernuda.

El escribiente









"Deja unos puntos suspensivos", le dictó el autor al escribiente. Se conocieron décadas atrás y desde entonces él le transcribió todos sus éxitos literarios. Soñaba con publicar su propia novela, pero todo su tiempo lo dedicaba ayudando al escritor en su meticuloso trabajo. Su día a día transcurría entre modificar y corregir lo que el autor le  dictaba, sólo interrumpido por las pausas de rigor y sus ensoñaciones de creador literario.  Por fin, un día tomó la decisión: anhelante por escribir su propia historia, le abandonó. Aquella mañana, el autor y su ceguera quedaron solos y perdidos en el recuerdo.