"Acuérdate
de lanzar mis cenizas al mar y que el viento no las esparza contra tu cara,
porque sería el último sitio donde desearía acabar", le dijo malhumorado. Tomás escuchaba con
atención la última voluntad de su moribundo padre, aunque solo le interesaba heredar
su fortuna.
Días después, tras fallecer, acudió al notario anhelando recibir su
herencia. Se quedó estupefacto cuando oyó que el dinero sería suyo, únicamente si
las cenizas caían al mar. Así que Tomás, en presencia de los testigos, se aseguró del sentido del viento, agarró fuerte la urna y las lanzó
al océano; lástima que en el último momento una ráfaga les cubriese de ceniza.