No era
el mar pero se le parecía. Aquel torrente de agua había anegado toda la ciudad,
y Ernesto mientras tanto, lo contemplaba con indiferencia desde su atalaya. A
bordo de su barquito de papel surcaba las inundadas calles sorteando todo tipo
de objetos flotantes. Durante su periplo recogía pequeños tesoros: un patito de
agua, un flotador, una pelota…hasta que de repente gritó “¡tierra a la vista!”,
y decidió atracar en una isla improvisada. Una vez allí, pensó que no debería
haberse dejado el grifo de la bañera abierto, así que tras localizar una
alcantarilla, levantó su tapadera y el agua fue desapareciendo. Ernesto quería
volver a casa.
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