domingo, 10 de diciembre de 2017

Llamadla Rebeca



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    No pudo seguir adelante sin ella, ya que después de tantas vivencias en común era imposible olvidarla. Le había acompañado en los momentos más complicados, como cuando solo y sin dinero no era más que una alma en pena vagando por las calles de la ciudad. Aquella soledad fue atenuada por su calidez y seguridad, con la única pretensión de mantenerse juntos y la salvedad de soportar sus frecuentes cambios de humor. Incluso en una ocasión, mediante la fuerza, pretendieron rasgar los lazos de su unión; pero fracasaron.
        Tras el olvido, no lo dudó, decidió regresar a por su vieja chaqueta.




viernes, 25 de noviembre de 2016

¡Agua va!







No era el mar pero se le parecía. Aquel torrente de agua había anegado toda la ciudad, y Ernesto mientras tanto, lo contemplaba con indiferencia desde su atalaya. A bordo de su barquito de papel surcaba las inundadas calles sorteando todo tipo de objetos flotantes. Durante su periplo recogía pequeños tesoros: un patito de agua, un flotador, una pelota…hasta que de repente gritó “¡tierra a la vista!”, y decidió atracar en una isla improvisada. Una vez allí, pensó que no debería haberse dejado el grifo de la bañera abierto, así que tras localizar una alcantarilla, levantó su tapadera y el agua fue desapareciendo. Ernesto quería volver a casa.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Nunca es mal momento






Espero que puedas perdonarme por querer acabar con mi vida, pero ya no soportaba que nos cruzásemos en el portal sin que me dirigieras la palabra. Sin embargo, yo suspiraba por hablar contigo algún día y poder sentirte cerca. En las reuniones de vecinos te escuchaba atentamente, y no faltaba a mi cita tras la pared para oírte cantar en la ducha. Pero mi aguante tenía un límite, así que desesperado, esa tarde me arrojé por la ventana al vacío. La fatalidad del destino quiso que cayese sobre ti, aunque por fin me hablaste: "¡me estás aplastando imbécil!" Bueno, nunca es mal momento para empezar…

sábado, 5 de noviembre de 2016

Un vuelo inesperado











Sigo observando mi trocito de cielo desde la ventanilla del avión. El viaje dura doce horas y ahora nos encontramos sobrevolando el Atlántico, pero merece la pena tras un año sin ver a mi familia.
La mayoría de los pasajeros duermen, otros ven una película o escuchan música, y algunos cabecean mientras leen. Esta siendo un vuelo tranquilo, pero de repente, se oyen unos gritos y un estruendo que provienen de la cabina de mando. A continuación, el avión comienza a perder altura y desciende rápidamente. El pánico se apodera de todos; el fin es inevitable…

Probar un simulador de vuelo es una experiencia muy real.

Cambio de hábito











Sigo observando mi trocito de cielo desde la ventana. Cada mañana, al levantarme, subo la persiana, descorro la cortina y contemplo extasiado su celeste infinito. Lo miro desde el retiro forzoso, ya que apenas salgo de casa por la intolerancia a la luz.
Hoy, como otras veces, me levanto, subo la persiana y descorro la cortina. Sin embargo, esta vez me quedo petrificado. Donde antes resplandecía un eterno azul, solo queda el vacío: han quitado el cartel publicitario que atesoraba mis sueños.

He cambiado de hábito: ahora, por la noche, subo la persiana y descorro la cortina; en ocasiones veo un bonito cielo estrellado.

sábado, 22 de octubre de 2016

Veinte años








Al otro lado de la ventana luce un sol estupendo. Saldré con mis amigos a dar un paseo y tomar el aire. Charlaremos animadamente y jugaremos al fútbol o al baloncesto. Iremos a comer juntos y después cada uno irá a hacer sus tareas. Emilio trabaja fabricando muebles de madera, a Luis le encanta su trabajo en la lavandería, y a Miguel le aburre dedicarse a la limpieza. Yo, por el contrario, me siento afortunado de seguir estudiando, así que cada día me dirijo a la biblioteca y me sumerjo entre los libros. Hay que tomárselo  con filosofía, aún me quedan veinte años de condena.

lunes, 17 de octubre de 2016

Jugar con fuego






Cuando se  prendieron las cortinas de la cocina observé con detenimiento como las llamas lo consumían  todo; fue duro perder a mi familia siendo tan pequeño. Desde niño sentí atracción por el fuego y todo lo relacionado con él, así que las visitas junto a mi padre al parque de bomberos donde trabajaba eran habituales. De mi progenitor heredé la pasión por su oficio, participando a lo largo de los años en la extinción de multitud de incendios. Apagar fuegos tan devastadores como el de miles de hectáreas de bosque o el de un rascacielos, es agotador. Sobre todo cuando lo provoca uno mismo.